9 de febrero de 1913. Era domingo. Las gentes devotas querían acudir a la misa mañanera, pero tenían dificultad de llegar a la Catedral, pues, parecía haber un enfrentamiento de grupos antagónicos.

Al principio, tuve incertidumbre de lo acontecido, pues desde la recámara que había Yo alquilado en un edificio frente a Catedral, pude escuchar una descarga de fusilería, que en un principio confundí con cohetones, que tal vez se habían utilizado para una fiesta religiosa.

Al asomarme a la Plaza de la Constitución, pude percibir un espectáculo que erizó mis cabellos.

En la plaza cívica, de la Capital de la República, había un regero de sangre y un amontonamiento de cadáveres en los portales y la amenaza de algún franco tirador disparando a Palacio Nacional.

Observé cada vez más horrorizado, que las fuentes del jardín – que hasta entonces existían  en ese lugar, estaban colmadas de muertos y los jarrones ornamentales y estatuas decorativas, aparecían perforadas, cribadas por las balas.

A lo cual, con mucho valor, salí a la calle, acompañado de mi cámara fotográfica, pero con el temor de que me alcanzara una «bala perdida».

Una vez que penetré en Palacio Nacional, – por la calle de Moneda- nos encontramos con el Capitán Carreras, a quien conocía por haberme solicitado que le tomara una placa fotográfica de su perfil, y me comento que:

Los aspirantes de la Escuela Militar de Tlalpan, se habían levantado en armas, junto con las fuerzas de caballería de Tacubaya y parte del primer regimiento. Eran cerca de mil los sublevados. Parte de esas fuerzas, se trasladaron a la Prisión de Santiago Tlaltelolco y liberaron al Gral. Bernardo Reyes, que ahi estaba prisionero, y ytambién al Gral. Félix Díaz que etsba recluido en la Penitenciaría de Lecumberri, después de los sucesos de Veracruz.

Luego, sacaron de Palacio, al Gral. Lauro Villar, envuelto en una bata blanca, subiéndolo a un carro colorado para transportarlo al hospital más cercano para curación de su herida «en sedal», que le habían inferido en su hombro izquierdo.

Carros de cervecería llegaban a repartir tortas y refrescos a los soldados de la guarnición, mientras nos llegaba «el tufo» de varios muertos, apilados en los patios de palacio…

Continuará!